lunes, 21 de abril de 2008

¡Y no nos pasamos el día quejándonos!

Histó(é)ricamente las mujeres se han dado mucha importancia con la cosa del dolor: "que si nosostras sí que aguantamos, me gustaría verte a tí con esta dismenorrea del quince, si tuvierais que parir vosotros se acababa el mundo..." y todo cosas de este pelo.
Pues bien, me gustaría verlas a ellas aguantando lo que he aguantado yo hoy. Me han sacado una muela, toda arraigada, dificilísima de arancar, con unas raices profundas que ni Alan Ladd. Y he soportado todo el dolorosísimo proceso sin parapadear, sin una queja, sin mover un músculo, sin aspavientos. Y encima esta tarde tenía una cosa en la Uni que ya os contaré, un rollo de genoma y cosas de esas. Para genomas estaba yo.
¡Pues he ido!. Estoy seguro de que una tía hubiera encontrado cualquier disculpa para no ir: "tengo el papo hinchado, babeo por la comisura, estoy horrible, quizá sangre un poco, me dolerá cuando pase la anestesia....". Pues los tios, no. Los tios cumplimos por encima del dolor. Y ésto no hay ley de Paridad, ni consejo de ministros ni cristo que lo fundó que lo arregle. Es así y punto. Para dar fe de lo que cuento ved las fotos de aquí abajo. Hasta mañana si consigo reponerme después del esfuerzo.

Foto 1: Mi muela después de la avulsión

Foto 2: No es mi boca pero es para dar idea de la cosa

Foto 3: Mi dentista en plena faena. Observad la risita sádica de la enfermera, mujer al fin.


Foto 4: Una de mis fantasías. Dedicada a mon Amour, al anónimo de toujours y a mis amigos AA y JM, (nos veremos el sábado delante de una botella de buen Rioja o Albariño en su defecto)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Espero que se recupere pronto y bien, señor Docwall, que lo de las cosas de la boca es muy molesto y entiendo que era por eso que daba usted las contestaciones que daba a la señora Fallarás; que percibía yo en ellas hasta un poco de recochineo y no me diga usted que no.

En cualquier caso, su post ilustra perfectamente la diferencia entre dolor y sufrimiento que, a pesar de ser muy clara, a la mayoría se les escapa y al final se hacen antitaurinos o se apuntan a una ONG. Aquél es consustancial a la existencia, común a todo ser vivo y, además de ser necesario para garantizar la supervivencia, se soporta incluso a muy altas dosis.

El sufrimiento, en cambio, es característicamente humano (aunque no exclusivamente femenil) e implica como siempre miedo. A morirse, a quedar desfigurado, lisiado, a no poder valerse por uno mismo. A no volver a ser el que se era en definitiva.

Dado que tradicionalmente hombres y mujeres se han identificado con proyecciones de sus de sí mismos caracterizadas por rasgos dispares, cada cual podrá argüir legítimamente que el otro es un quejica.

Sin querer extenderme en demasía, planteo como hipótesis que tradicionalmente al marido le preocupa la debilidad física porque su percepción de su status familiar va ligada a poder eslomarse cual acémila para traer el pan a casa y a la cónyuge le agobiará, no el no poder trabajar, sino el sufrir alguna dolencia que la haga menos atractiva (no ya para su consorte, sino para cualquier otro en el caso que, dios no lo quiera, le falte el esposo).

Así pues no pretenda convertir su particular ordalía en una apología del terrorismo machista, porque si hubiera estado usted atento (como por otra parte debiera), a las homilías de la Cuatro y la Sexta habría reparado en el coraje que tienen todas las mujeres, particularmente las embarazadas y más aún, bendita entre todas ellas, Carme Chacón, a la que no le tembló el belfo por plantarse en Irak ¡y hasta comer rancho! cuando muchos Abenamares ni hacer la mili han querido.

Y, oiga que alguno dirá, porque lo habrá, que el hecho de aplaudir este gesto es tan paternalista como el comentario que, sonriente y orgullosa, hacía la madre a una vecina cuando la nena de dieciocho años cogía el cercanías para irles a visitar a Calafell y, con una mirada de inteligencia cómplice, decía: “Ha venido toda sola”. Pero es que hay mucho falócrato reprimido.